Amaranta en sus intersecciones

Por Guillermo Romero

Al otro lado de la puerta, un grupo de mujeres escucha expectante lo que ocurre adentro del salón. En el interior, dos travestis (por decirlo de algún modo) están preparando el cadáver para el funeral. El cuerpo de La Rubia acaba de llegar de Oaxaca, la capital del Estado homónimo, después de un viaje de unas seis horas. Es preciso darse prisa. Las dos travestis, digamos, la visten con la ropa que les dio la madre de la muerta (o el muerto, según). Están subiéndole el calzoncillo por las piernas cuando irrumpe en la habitación Don Mariano, padre de La Rubia, que al ver la escena exclama:

-Y qué chingados están haciendo vistiéndole con esa ropa. Mi hija no puede irse así. Tráiganle un calzón de mujer, su falda, su blusa ¡y a maquillarla!

Las dos travestis (por darles una denominación) se miran y una de ellas dice por lo bajo:

-Ahora sí la agarraron con los calzones a la mitad.

Lo de Don Mariano no es una pregunta, así que las dos encargadas de arreglar a la difunta (o difunto) corren a cumplir la orden. O, mejor, aprovechan la ocasión para hacer lo que de veras tienen ganas: ver por última vez a su amiga (ahora ya no hay ambigüedades posibles) vestida con sus ropas, las que se adecúan a su identidad de género. Ya están a punto de comenzar el cambio de vestuario cuando intempestivamente se abre la puerta sobre la que reposaba sus orejas el séquito de mujeres encabezadas por la mamá de La Rubia, quien, como si siguiera el texto inverosímil de una telenovela mexicana, pretende cambiar nuevamente el curso de las acciones:

-No, Don Mariano, no se puede ir así, porque el señor no lo va a recibir así.

Don Mariano la mira, traga saliva y con gesto apacible dispara secamente:

-Y cuándo chingados fueron ustedes con el señor para que les diga que no lo va a recibir –y ahora sí vuelve a tronar– ¡A la chingada! ¡Vamos! ¡A traer la falda!

No se trata de un pasaje de una novela del “realismo mágico”. La situación sucedió en el istmo de Tehuantepec, en Juchitán de Zaragoza, al sureste del Estado mexicano de Oaxaca. Quien la relata no es Gabriel García Márquez, sino Amaranta Gómez Regalado, antropóloga y activista por la diversidad (étnica-sexual-cultural). Hace unos días llegó a la Argentina para cumplir con una vasta agenda de actividades: seminarios, charlas, presentaciones de libros, entrevistas, encuentros con funcionarios públicos, diálogos con los movimientos por la diversidad sexual. El pasado jueves 7 de julio estuvo en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la ciudad de La Plata, donde brindó una charla denominada “Reforma Educativa en México: recorrido histórico por las interseccionalidades resistentes”. Título pretencioso que ilustra lo exagerado y desmedido, lo excesivo tal vez, de todo lo que hace y dice esta activista muxhe.

En un intento rápido de “traducción”, podríamos decir que muxhe es el término con el que el pueblo zapoteca nombra a las identidades que en otras partes del mundo occidental definimos como trans. Aunque tal vez sea mejor definir la especificidad de esta noción al interior de sus propios marcos culturales.

-El término muxhe se registró por primera vez en el siglo XVI, aunque nombra unas identidades preexistentes dentro de la cultura zapoteca –precisa Amaranta. Es que su integración a la vida social no es el resultado del reconocimiento otorgado en Occidente a la diversidad sexual en las últimas en las últimas décadas–. Hace unos pocos años se comenzó a registrar la existencia en muchos pueblos de identidades que podríamos asociar con lo trans. La cultura zapoteca, por ejemplo, posee un sistema de sexo/género que rompe con el binarismo hombre/mujer al reconocer a quienes habiendo nacido con los genitales que comúnmente llamamos “femeninos” se auto-perciben varones. Y las muxhes somos exactamente lo contrario: quienes habiendo nacido con genitales “masculinos” nos identificamos como mujeres.

Es decir que las muxhes tienen una vida activa y visible en la cotidianidad de Juchitán. No están condenadas a la prostitución o a vivir en las sombras de la sociedad. Sin embargo, esta mayor integración de las muxhes a la configuración cultural zapoteca (en comparación con las personas trans en otras zonas del mundo occidental) no implica postular la idea de un improbable paraíso terrenal para las sexualidades disidentes.

-Nada de eso –aclara Amaranta–. Juchitán no es el paraíso. Simplemente que hay un antecede histórico y un referente. Entonces no es algo tan raro, tan disruptivo. Si alguien es muxhe nadie piensa en llevarla al psicólogo.

Por ello en su relato cobran vida tanto las conquistas históricas de la comunidad muxhe al interior del pueblo zapoteca como los desafíos y las tensiones inherentes a las dinámicas cotidianas en un mundo cada vez más interrelacionado y saturado de imaginarios que circulan a escala planetaria, lo que exige redefiniciones permanentes de los parámetros que delimitan el estar juntos en cada tiempo y lugar. La anécdota del comienzo ilustra estos “desacuerdos culturales”. En efecto, en su Tesis acerca de los vínculos erótico-afectivos al interior de la comunidad muxhe, esta antropóloga reparó en las dificultades que se presentan en torno a los rituales que rodean la muerte.

-El tema de la muerte es muy interesante –señala Amaranta. Y Agrega: Se muere la persona muxhe y se trata de borrar la historia, incluso no se respeta su nombre.

Por eso ella resalta la actitud de Don Mariano, que por lo demás le permitía dar cuenta de cómo algunos mitos vinculados a que son los padres (varones) quienes ofrecen mayor resistencia a la aceptación de la identidad muxhe por parte de sus hijas no se corroboran empíricamente en todos los casos. “Las cosas van cambiando”, dice Amaranta. Y destaca:

-Estuvo tan genial (Don Mariano) que luego le pedí autorización para incluir la escena en mi Tesis. Y Mariano me dijo: ‘Pos claro que sí. Ponlo’. Y agregó: ‘Y no te olvides que los mandé a la chingada’. A lo que ella respondió: No, claro, eso es lo principal que voy a poner.

Primeras intersecciones

Tal vez pocas cosas hayan contribuido tanto a la difusión de la experiencia de las muxhes en el pueblo zapoteca como la celebración de una extraordinaria fiesta popular que se realiza cada noviembre en la ciudad de Juchitán de Zaragoza: “La vela de las auténticas intrépidas buscadoras del peligro”. La cual retoma los trazos gruesos de otras festividades zapotecas para celebrar y movilizar demandas específicas de las muxhes. En sus palabras, Amaranta remarca ambos elementos:

-La vida festiva es una característica de la cultura zapoteca. Una marcación de los ciclos, de la vida circular. La lucha es por preservar la cultura. Que no sea algo reservado, sino que sea un consumo de la comunidad para la comunidad, para no perder su propia identidad. Y hasta hace unos años la comunidad muxhe participaba de las velas como siempre y en un determinado momento se planteó la posibilidad de organizar una propia.

En ese momento surgió una discusión al interior del movimiento, recuerda Amaranta.

-Algunas muxhes, que comenzaban a utilizar la palabra gays, plantearon la posibilidad de hacer una fiesta sólo para nuestra comunidad. Y una persona, Oscar Cazorla (un referente histórico del movimiento), les plantea que no, que por qué tenía que ser así. ¿Acaso la gente nos excluye en sus fiestas? No, si hay que hacer algo, hay que invitar a la vecina, a la madre, la comadre, a quien haya que invitar. Ese es el formato de patrón cultural que tenemos. Y es un espacio de celebración de la diversidad pero de incidencia política también.

Para Amaranta resulta crucial no adoptar los patrones sexo-genéricos de Occidente. Por eso reivindica el concepto de muxhe y no retoma el término trans. Muxhe no refiere sólo a una posición al interior de un ordenamiento sexual, sino también a una pertenencia étnica al pueblo zapoteca. La circulación de nociones como trans, gays y lesbianas tensionan los parámetros sexuales establecidos y plantean algunos debates y desplazamientos. Consumos culturales novedosos, migraciones, la inclusión de nuevas tecnologías, grupos religiosos (especialmente pentecostales) que comienzan a introducir un ideario que pregona un supuesto mandato bíblico del par hombre/mujer como distinción y complementariedad absoluta, son algunos de los factores que van reconfigurando los sentidos sociales.

Por lo general, dice Amaranta, estos elementos culturales se van “zapotequizando”, se van incorporando a la propia cosmovisión. A su entender, allí radica una de las claves para comprender las prácticas de resistencia de este pueblo. Y en todo caso de lo que se trata es de ir planteando “intersecciones” entre diferentes luchas y demandas, tejer alianzas con otros grupos. Este enfoque es el que la acercó a Lohana Berkins (una de las principales dirigentes del movimiento LGBT en Argentina y América Latina y a quien Amaranta dedicó su charla).

-La discusión que teníamos con Lohana, a modo de desafío, era cómo pensar que lo trans no opaque la riqueza de estas otras diversidades que podrían asemejársele, pero que si se terminan fundiendo en lo trans pierden esa riqueza cultural de la que están hechas en su articulación densa con otros procesos históricos específicos –Y plantea: Lo interesante es interseccionalizar las luchas de violencia, pobreza, marginalidad y toda desigualdad vivida en cada contexto.

Estado, interculturalidad y estrategia política

Ahorita mismo en México hay un proyecto de Reforma Educativa impulsada por el gobierno neoliberal de Peña Nieto que moviliza a la población y que no podía ser eludido por Amaranta. Como en Argentina, el “caballito de batalla” oficial es la mejora de la “calidad educativa”. Para lo cual se propone establecer un nuevo sistema de evaluación docente, que pretende erigirse en el único eje del debate.

-¿Que qué sucede con la reforma educativa en México? Lo que subyace es la lucha de clases. Hay dos proyectos de nación que han estado en pugna históricamente. Yo estoy de acuerdo en evaluar, pero cómo lo hacemos. Porque se dice ‘vamos a evaluar conocimiento’. Bien, ¿pero cómo vas a comparar a un profesor que vive en Monterrey, clase media-alta, universitaria, que vive con todos los lujos, con un profesor en los altos de Chiapas? Uno tiene un pizarrón electrónico y el otro no tiene ni banco para poder ofrecer a sus alumnos, está a la intemperie y los padres le llevan la comida para que se mantenga ahí. Entonces, querer homogeneizar una evaluación es un error.

Por otro lado, el proyecto de Peña Nieto centra el “problema educativo” solamente en la figura de las/os docentes. Los sindicatos, en cambio, quieren incluir como eje central de la evaluación las condiciones en las que se enseña.

-Y eso le causa temor al Estado –dice Amaranta–, porque va a saltar que la realidad no se corresponde con el ideal de educación. Porque finalmente nos empujan para que sea una educación pagada. Otro aspecto importante es que ahora se empezó a plantear que los padres deben financiar algunos gastos de las escuelas: pagar la luz, el agua. Y son cuentas enormes y se asume que los padres tienen la capacidad para poder cubrir eso. Y eso no es cierto, porque la economía no da para eso. Y además eso no es obligación de la sociedad, sino del Estado, porque estamos hablando de la educación pública. Eso es lo que está en debate. Lo que está en juego son los derechos, no la evaluación. Es este sistema absolutamente desvirtuado, sin fines comunitarios, el que nos llevó a Ayotzinapa.

Uno de los desafíos que vuelve a dejar al descubierto este conflicto es cómo plantear políticas de Estado que acepten y respeten la interculturalidad constitutiva de las naciones. Para Amaranta un lugar central para pensar estos dilemas es el vinculado a las migraciones.

-Solemos pensar al otro como alguien que no tiene nada que ver conmigo. ‘El otro que viene de afuera me trae los problemas’. Los problemas ya los tenemos aquí. Nos da miedo asumir la diferencia y la riqueza del otro. Esto nos pasa en México cuando nos quejamos de cómo nos tratan en Estados Unidos mientras hacemos lo mismo con quienes ingresan a nuestro país por la frontera con Guatemala. Estos cruces a la academia le cuesta mucho trabajo abordar. Nos quedamos en el folklor: la comida, las vestimentas, el baile, las canciones, la religiosidad y nos olvidamos del sujeto y del cuerpo y de la sexualidad.

Para Amaranta plantearse estos desafíos no tiene implicancias meramente epistemológicas.

-La búsqueda de esa riqueza cultural ignorada, soslayada, avasallada tiene como fin el acceso a los derechos, a la justicia, a la educación, a la salud –remarca. Y señala: Hay que desarrollar visiones que contemplen las múltiples marginaciones. Imagínense una persona indígena, trans, migrante y que vive con VIH. La verdad es que hay pensar cómo entrarle a estos problemas.

Amaranta sabe que una de las trampas del neoliberalismo es caer en las diversidades radicales, en los particularismos irreductibles. Por eso va y viene en su relato, enhebrando prácticas y procesos que podrían resultar inconexos a primera vista. De los padres de los 43 estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa a los dilemas de la educación intercultural, de los Gobiernos de la región a la situación de las poblaciones indígenas, de la producción antropológica a las formas de sociabilidad de las muxhes en Juchitán. Ella misma es una intersección de varias luchas y no concibe otra forma de abordar los conflictos.

-A pesar de las críticas que podamos hacerle al discurso de los Derechos Humanos por sus visiones universalistas, es un error pensar que se puede acceder a ellos pensando en mí misma. A veces se trata de procesar las otras desigualdades. Hay que salir del lugar del “yo, pobrecito de la historia”. Eso es un error. Los Derechos Humanos particularizados no funcionan. Pero es posible difuminar un poco los límites entre los grupos y asumir como propio lo que le pasa al otro. Decir: ‘Sí me duele lo que te pasa’.

Para Amaranta Gómez Regalado la interseccionalidad es una cuestión de estrategia política. Es la forma de enfrentar otras intersecciones de signo contrario.

-Macri y Peña Nieto representan un proyecto. Hay que ser creativos para construir interseccionalidades con otros. Hay que quitarse el temor a hacer comunicación con el otro. Hay que quitarse esos caparazones que supuestamente nos protegen de los otros. Deberíamos preguntarnos en qué mundo quisiéramos vivir en 20 años. Y luchar por ello.

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