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La ciencia y sus contextos, presente en REDCom

Por Silvia Montes de Oca

“Uno de los temas que más debemos fortalecer, y en especial en estos tiempos que nos obligan a reafirmarnos en nuestras convicciones, es cómo vinculamos la ciencia con el resto del acontecer de nuestro país, con la sociedad.”

“La ciencia como poder, como producto del mercado, es lo que ha generado que haya una penetración en términos comunicacionales del valor intrínseco del saber técnico.”

“La comunicación de la ciencia es importante para que la sociedad entienda cuál es el sentido de que un país genere conocimiento. Eso es soberanía.”

“Un desafío muy grande que tenemos como comunidad científica es relacionar los saberes locales y aprender a transformar el modo en que generamos conocimiento. El oficio de aprender a desaprender esta cuestión lineal e individualista y sentarnos todos a la mesa, para coproducir y codiseñar conocimiento.”

Así arrancaron las exposiciones de los científicos invitados al panel «Ciencia en contexto, para una comunicación pública de la ciencia en América Latina», que tuvo lugar el segundo día de actividades del XVIII Congreso de la Red de Carreras de Comunicación, entre el 6 y el 9 de setiembre, organizado por las Facultades de Periodismo y Comunicación Social y de Ciencias Sociales de la UBA, abriendo un espacio que hasta el momento no había contemplado a la comunicación de la ciencia ni al interés que existe para quienes no se dedican a la investigación científica, en particular, de las llamadas ciencias duras.

Por si hiciera falta una ratificación, a su tiempo, el Dr. Fernando Schapachnik, docente e investigador del Departamento de Computación de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, dejó en claro que la ciencia no puede estar al margen de las políticas: “La ciencia argentina tiene que estar al servicio de los intereses nacionales, porque o somos una nación o no somos nada”.

Ese fue el pie para la presentación del Dr. Antonio Mangione, biólogo y doctor en Filosofía de la Universidad Nacional de San Luis, que acompañó la presentación a través de una videoconferencia, dejando una serie de preguntas que interpelan las construcciones basadas en el sentido común en torno a la ciencia.

La presencia del Dr. Roberto Salvarezza fue reconocida en dos sentidos por sus colegas: presente y pasado. Como orador, pero también y explícitamente por los esfuerzos desde el mayor organismo de ciencia y técnica del país, el CONICET, a su cargo entre 2012 y 2015, por traccionar desde la cúpula políticas públicas pensando el desarrollo del país. Ese cambio de paradigma en la conducción del organismo hubiera requerido un acompañamiento y un consenso mayor, no exento de debates entre toda la comunidad científica y el propio CONICET.

Federico Robledo, doctor en el área Atmósfera y Océanos por la Universidad de Buenos Aires, retomó algunos de los ejes de sus colegas en el marco de la distribución internacional del trabajo. “Los países centrales le ponen una barrera al conocimiento. No lo ceden. Y consumen recursos naturales. Este no es un problema técnico. No poner en juego ese conocimiento es un problema de decisión política.”

El interjuego de políticas públicas y qué es lo que tiene la ciencia para aportar incluyó la relevancia de la interdisciplinariedad, tanto sea para la resolución de problemas sociales como para el aprovechamiento de campos como el de la tecnología, en el que algunos nichos hoy tienen desempleo negativo. “Está todo por ganar», afirmó Schapachnik. “Con que más jóvenes se acerquen a la tecnología no alcanza. Es muy difícil pensar en soberanía tecnológica si no tenemos una masa no solo de tecnólogos, sino de abogados y contadores que sepan de tecnología. Necesitamos todo un ecosistema que tenga más y mejor relación con la tecnología. La participación femenina en el mercado de la tecnología oscila entre un 10 y un 15%, y si bien uno puede hacer un racconto de las políticas por acercar a los jóvenes a la computación y relatar algunas experiencias positivas, cuando ponemos el foco en la participación femenina es mucho menos lo que podemos rescatar”.

“No se trata sólo de poner un satélite en el espacio y dar mayor cobertura. Hay que ver qué políticas sociales desplegamos para llegar a sectores vulnerables, que tengan mayor penetración y sean más efectivas. No cometamos el error de vincular ciencia y tecnología sólo a una ecuación numérica”.

“No resulta extraño que la vinculación de la ciencia con el resto de la sociedad no sea evidente. Muchas veces, a la sociedad le cuesta recurrir a la ciencia cuando tiene un problema y a los científicos nos cuesta pensar que nuestro rol es aportar justamente ahí. Entonces, ¿cómo hacemos para generar futuras generaciones de científicos que piensen que lo que hacen todos los días debería estar al servicio del desarrollo de su país, empezando por la propia comunidad académica?»

Antonio Mangione partió de “verdades de Perogrullo” sobre la distribución de saberes para dejar una serie de preguntas bajo el paraguas de “en quiénes pensamos cuando comunicamos ciencia y en qué tipo de ciencia pensamos cuando comunicamos esa ciencia”.

Sumó una hipótesis para lo que el sentido común supone un problema de comunicación en la práctica del periodismo científico. “Lo que tenemos es una crisis epistemológica al interior de las mismas unidades académicas y de investigación en todo el país. Una profunda crisis de reflexión filosófica acerca de qué es la ciencia.”

Calificó como “muy peligroso” basarnos en afirmaciones tales como que “saber más te hace mejor ciudadano, saber más sobre ciencia te hace libre, y mientras más sabemos más libres somos. Se ha llegado a decir que quien sabe más es hasta mejor persona”. Aclaró que “esto es hasta una definición filosófica. ¿Qué tipo de conocimientos nos permiten construir ciudadanía y ampliar la base de participación democrática? No hay estudios que indiquen hasta el momento que saber más sobre ciencia nos vuelve mejores personas. Por lo tanto, no puedo imaginar de dónde sale semejante aseveración, validada por muchos divulgadores en Argentina».

“¿Dónde están las posibles vías para encaminar la comunicación de la ciencia salvando estos inconvenientes tecnocientíficos vinculados al ejercicio del poder? Porque entiendo que la comunicación de la ciencia –en general– ha hecho de la ciencia un producto del mercado que intenta consolidar no ya el valor científico, sino a sus productores o a quienes detentan la comunicación de ese saber: las mismas Universidades, grupos e institutos de investigación, grupos editoriales y, por qué no, hasta el mismo país, cuando nos enorgullecemos de estar en tal o cual lugar del ranking de Universidades, lo cual deja a un sinnúmero de gente por fuera de ese conocimiento que no necesariamente es tecnocientífico pero que sí se nutre de aspectos vinculados al pensamiento científico”.

“Tal vez lo que nosotros debamos encarar sea una comunicación pública de la ciencia pensada sobre la base de buenas preguntas y no necesariamente sobre la particularidad del saber técnico que, en principio, seguimos comunicando para la clase media. Ambos pueden convivir y debemos convocar a otras personas a hacerse preguntas.”

El Dr. Roberto Salvarezza, físico-químico de profesión, no dudó en considerar la comunicación como un puente para que se comprenda claramente que el conocimiento tiene un valor económico y social. “¿Por qué tenemos que generar conocimiento en un país? ¿Es necesario?, ¿se puede importar?, ¿adquirir? ¿Por qué debemos tener un sistema científico y qué rol tiene que tener? Las sociedades que disfrutan de mayor bienestar son aquellas que han podido construir sistemas que generan conocimiento. Y no me refiero simplemente a lo económico, sino a un conocimiento que impacte en la sociedad a través de mejoras desde el punto de vista de la salud, alimentario, tecnológico. La mayor parte de los países que imponen condiciones a los otros son aquellos que tienen una fuerte estructura de generación del conocimiento.”

“¿Qué sucede con los países periféricos que están pugnando por consolidar sistemas científico-tecnológicos en el concierto de los países dominantes? ¿Es necesario tener esa capacidad para un país emergente? Sí, porque implica tener soberanía. Si quiero tener un satélite para controlar incendios, voy a necesitar partes que voy a tener que importar y que muchos países las niegan por ser componentes estratégicos. Por cada dólar que puede valer un chip, setenta centavos corresponden a propiedad intelectual de otro país. Se trate de satélites, de semillas o de fármacos. Estos son temas que hacen al día a día de cada uno de nosotros.”

“Cuando hablamos de la comunicación, es importante que la sociedad entienda estos puntos. Por qué la ciencia es importante. Cuando hablamos de un satélite, hablamos de lo que implica hacerlo, y por eso el Estado argentino invirtió en un sistema científico-tecnológico que nos hace estar entre los diez países del mundo que construyen satélites. La Argentina invirtió en todos los desarrollos de biotecnología digital y es uno de los seis o siete países que son capaces de producir semillas modificadas, a pesar de que aún no tenemos una sola semilla nacional, sino que tenemos que comprarlas a una de las cinco multinacionales radicadas en el país. Eso es soberanía alimenticia. Pero podemos hablar de la energía nuclear, de los reactores, de los tratamientos para enriquecer uranio. Todos elementos claves en esta disputa que hay en el mundo respecto de quiénes ocupan el lugar de país dominante y cuál periférico.”

En este sentido, Salvarezza habló del esfuerzo realizado por el Estado, incomparable con el que concreta el sector privado. “Es muy difícil para una empresa invertir 100 millones de dólares durante ocho años para poder desarrollar un producto de biotecnología vegetal, con el riesgo de que no sea comercialmente apto. Esa apuesta la hace el Estado. El sector privado es poco innovador, como lo demuestra el empresariado argentino.”

“En este momento, nuestro país está oscilando entre un retroceso vinculado con una visión de un Estado que para qué quiere desarrollar tecnología si la puede comprar. Hemos cambiado el paradigma. En mi visión personal, presiento que vamos hacia un modelo agroexportador, con exportación de productos primarios. La naturaleza nos ha dotado de un recurso que un día vale 600 millones de dólares la tonelada y a los dos años vale 300. Volver a ese esquema le va a impedir competir a la Argentina.”

“La comunicación de la ciencia pasa también porque la sociedad comprenda el valor de la ciencia, más allá del hecho científico en sí, que puede ser más o menos interesante o curioso. Si la sociedad no comprende este valor, lo que se ha avanzado se va a desmantelar. Y los científicos volveremos al aislamiento, nos veremos reducidos en número y tendremos una corporación metida dentro de los laboratorios. La ciencia, la comunicación y la sociedad es un juego muy importante que va a determinar gran parte del futuro que tengamos.”

En ese sentido, el Dr. Federico Robledo retomó la problemática diferenciando el concepto de comunicación de la difusión y dio como ejemplo uno de los eslóganes de campaña del actual presidente Mauricio Macri, con fuerte impacto en el sentido común de la sociedad: pobreza cero.

“¿Qué rol ocupa la ciencia en ese slogan?», se preguntó Robledo. «Después vemos cómo medimos la ciencia, y ahí entra la ciencia económica. Si definimos la pobreza como el no acceso a derechos tales como la educación, la salud, el trabajo. Una pobreza multidimensional.”

Recordó la idea de Argentina como “el supermercado del mundo” al que relacionó con una de las primeras medidas del Gobierno: la quita de retenciones favoreciendo desde la política el modelo agroexportador. Versus, dijo Robledo, el modelo industrialista, que consume y genera ciencia, tecnología y habilita mecanismos de redistribución de riquezas en toda la población. Al mismo tiempo, el ejemplo lo llevó a preguntarse: “Si supermercado del mundo es igual a pobreza cero, ¿cómo nos metemos a desarticular estos discursos desde la comunicación?”.

Agregó: “¿cómo se viene generando conocimiento desde hace años? Se habla de un sistema lineal… Está la academia, lo científico, la Universidad, que luego lo vuelca, lo derrama en algún usuario: público, privado, de gestión gubernamental… Ahí aparece la pregunta de si alcanza o no con eso. ¿Cómo trabajamos la comunicación de la ciencia? Creemos que hay que revertir esto de cómo llegamos a la ciencia porque existen un montón de conocimientos y saberes locales. En un barrio, hay un montón de conocimiento sobre distintos factores. En un hospital: un médico o una enfermera. En un campo, el capataz de una chacra. Esto requiere de un trabajo colectivo: poner a todos los saberes en igualdad de condiciones”.

“En estos doce años se han hecho esfuerzos concretos, de arriba para abajo. En el caso del CONICET, se barrió con la dicotomía ‘ciencias básicas vs. ciencias aplicadas’ con la intervención de los proyectos de orientación aplicada. Uno no hace ciencia básica o aplicada. Hace investigación orientada a resolver problemas concretos.”

Como dijo el Dr. Antonio Mangione, orador en el encuentro y colega de esta sección: “no se trata de que los sectores más vulnerables conozcan sobre la clorofila. Sí que se sientan más empoderados para interpelar al poder”.


 

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