“¿Qué han hecho con tu palabra?/¿Qué han hecho con tu poesía?/Entre cánones y dogmas tu voz/ya no suena tan divina”, escribió hace no tanto Miguel Cantilo, una de las “revelaciones” o redescubrimientos de un ciclo cuya solvencia para redescubrir lo convierte en un verdadera revelación. Y es que más allá de su nombre y de los versos citados, “Apóstoles” no se trata de un programa religioso aun cuando el cristianismo lo atraviesa tal como a la década interpelada. Pero sí aporta a recuperar la fe en el periodismo o la radio, o como se llame ese hibrido entre información, historia y entretenimiento que dan a llamar “podcast”. Conducido por Martín Rodriguez y Juan Manuel Strassburger “explora las historias detrás de las canciones que sabemos todos- según definen-. Entre el rock y la mitología de los setenta: un viaje al origen del fuego”.
Y por supuesto es mucho más. Es también un llamado a pensar una vez más no solo la historia ya no tan cercana pero omnipresente, sino además el complejo vínculo entre el lenguaje artístico y la acción política con sus límites y tensiones no resueltas, desde una década que precisamente nos marcó a fuego -y sangre- para magnificar asuntos universales y siempre vigentes. Y es que esencialmente motiva a la reflexión sobre el ejercicio concreto de las tres áreas que aborda: el arte, la política y la comunicación.
Y mientras tus orejas se aflojan escuchando
Mucho antes de los forzados clásicos entre Soda y Patricio Rey o Charly y Luis Alberto, hubo una puja entre un tal Heráclito y un tal Parménides. Uno-a grandes rasgos- decía que lo único continuo era el cambio, mientras el otro afirmaba no sin buenos argumentos que nada cambia. Cabe ese improvisado marco teórico o disclamer para entender que no es la primera vez que la música, la política y la comunicación atraviesan transformaciones. Por lo cual es tan tentador creer que todo es absolutamente nuevo como que “es lo mismo de siempre”. Pero negar las transformaciones cognitivas y perceptivas de este umbral cuyos nombres (postuhumanismo, tecnodistopía) proliferan sería terco. Una primera diferencia con gran parte de la política y sus comunicadores sería que la historia sirve para trazar perspectivas pero no se puede aplicar linealmente en cualquier momento.
¿A qué viene todo esto? El mundo ya no es el mismo, pero en algunas cosas sí y –parafraseando a Frost- el asunto es distinguir uno de otro. La transformación y sintetización de las narrativas a través de las tecnologías y la ruptura de las máximas aristotélicas sobre lo real, hicieron que la comunicación se volviera cada vez más compleja pero menos sustancial. En tiempos de arte reducido a mensaje y texto sin contexto, el contrapunto a los contenidos (o rellenos) efímeros fue…gente hablando. Un buen rato. ¿Esto ya se vio? O se escuchó, sí. Nada nuevo, puede ser. Pero una cosa es hablar y otra es decir.
Vamos ya (dale gas, por favor) al primer eje: Rodríguez y Strassburguer tienen qué decir. Y mucho. En era de mainstreaming, influencers y celebridades con apodos en diminutivo frente a micrófonos y pantallas seriadas, no solo abundan las video-radiofórmulas que son versiones palermitanas de “Polémica en el Bar” o las aperturas de “¿Cuál es?”. También hay podcasts supuestamente históricos o informativos que recopilan wikipedicamente temas donde el qué se diluye ante la falta de un buen cómo.
Y el primer acierto de “Apóstoles” está en ambos. Hay un tema que si bien fue tratado infinidad de veces (rock y década de los `70) halla un punto de vista que elude a la idea de soundtrack, como si el arte operara extra dietéticamente sobre la historia. Al contrario, esta serie de anécdotas, historias y reconstrucciones expresa el momento histórico de modo más adecuado:con discusión, conflicto y también con acuerdos. A través de seis entregas se indaga en diversas instancias y nombres como el atentado a Aramburu, el regreso de Perón, el cambio de humor social respecto a la militancia, Rolando Rivas , el caso Novakovsky, Spinetta, Galimberti, Pedro y Pablo , Vox Dei, Favio, la discusión obre la lucha armada, el porro, el Padre Mujica, la Joven Guardia y una enumeración que requeriría copiar y pegar la descripción de cada video para dar una idea de lo vasto que es el trabajo realizado. Hay discusión de peso pero también perlitas coloridas, como revelar que la pera de Mandioca era por Perón o que el traidor de “Solo le pido a Dios” también refería al mismo señor que los “echó de la plaza”.
Pero lo importante es que -a diferencia de este texto sobrecargado- “Apóstoles” avanza con fluidez y una estructura narrativa que permite la improvisación de quienes no son improvisados. Ambos periodistas demuestran notable conocimiento tanto de nombres y eventos de la vida política argentina como de nuestra música. Básicamente, saben de lo que hablan. Y tienen sus posturas, pero a la vez se permiten la duda ideológica o al menos una perspectiva que no anule el discurso de los otros. Así se dirimen con respeto desde posturas de cuadros de la lucha armada o sindicalistas o hasta el mismísimo Palito Ortega, quien a pesar de su vinculación simbólica con la derecha y “lo comercial” tenía –como Pappo, un “apolítico”- un anclaje innegable con la clase trabajadora y lo popular que muchos peronometristas no tuvieron.
Este tipo de disquisiciones, con más altura que estas líneas y con mejor humor también, son planteadas a lo largo de un producto que –para ser justos- no se erige como una contraposición a las vacuas narrativas imperantes. Al contrario, es un ejemplo de la cantidad de comunicadores, periodistas y voces viejas o nuevas que ejercen la profesión con conocimiento, pasión y compromiso. Suena solemne, pero también inspirador. Están ahí, por todos lados, en lejanos pero vivos rincones del algoritmo.

Y yo con mi guitarra y ustedes, escuchando…
Otro de los ejes es de los músicos y el compromiso político. Los rockeros, mejor dicho. Es entonces inevitable pensar en esta suerte de eco confuso de apenas unos años atrás, donde en nombre de bienvenidas revisiones y logros de castigadas minorías se demonizó al rock como un viejo meado. Fue en el mismo momento que la “grieta” dividió las aguas entre la inquisidora corrección política o la conveniente indiferencia, ambas motorizadas por la progresía de Instagram y las derechas todos lados para dar lugar a un reaccionarismo inédito. Viejo meado… ¡Justo el rock! Ese amigo que quizá se mande alguna, pero que siempre estuvo…y siempre está: los chicos y chicas de ahora lo saben mejor que las ratas cincuentonas que saltaron del barco durante el albertismo. Sí, lo dice Spotify y también los tugurios: chicos y chicas todavía quieren rock.
Pues bien: parece que en los ’70 tampoco estaba claro si el rock era un aliado infranqueable o un acompañante timorato o tibio. Había un factor infalible: la contemporaneidad. La juventud unía lo que el hombre quería separar. Pero no solo era sincronía sino espíritu de época. Zeitgeist en días de Hombre Nuevo.
“Apóstoles” retrata como los pioneros locales simpatizaban con la militancia y hasta con la figura de Perón, pero tenían diferencias respecto a los modos o su implicancia en ellos. No olvidemos que hablamos de una era que nos dio a Manal, Pescado, Vox Dei, Pappo, Aquelarre y más: el nivel artístico era impensado para un país que desde el sur estaba tan a la vanguardia o a la par de la creatividad del rock inglés . Y con un sello absolutamente local y original. Es decir: estos músicos ya estaban transformando la realidad. Solo que de otra manera.
Rodríguez y Strassburguer repasan este trayecto perfectamente musicalizado para sugerir no como premisa sino como síntesis de su dialéctica que quizá el arte “la vio” mejor que la política. Siempre aclarando que a la luz de los hechos, el saldo de optar por la lucha armada fue trágico. Pero quizá el arte sea eso: luz ante o antes de los hechos y ese sea su principal hecho. Pedirle más talvez sea ontológicamente contradictorio. O mejor dicho, pedirle menos. Porque reducir la capacidad política del arte al discurso o acción estrictamente política, es limitar su potencia transformadora. Y quienes sobre todo en la última década erigen la pancarta del “artista militante” desvirtuado en “artista estatal” parecen incapaces de entender que hay más sentido político en “Porque hoy nací” que en _ _ _ _ _(inserte aquí su nombre preferido).
Los mismos que se enamoraron del bueno de Wosito sin ver que el resto de “los pibes de la plaza” fantaseaban con cadenas, Gucci y Miami. Los que no vieron la luz sobre los hechos futuros y después se preguntaron por qué la juventud no los votó. Pero la culpa, obvio, es del músico librepensador que no replica un dogma y que imagina mundos (im) posibles. Puede que el “artista militante” o “comprometido” deban primero comprometerse con su trabajo. Aunque no trabaje en una carnicería como Pato, puede no ser el burgués hippie más corrompido y arder en preguntas como Artaud o Socrates con Stratocaster. Pero sabiendo que hay un barro ahí.
Y que aquel que lo pisa- como muchos militantes o políticos- es loable. Pero no olvidar dos cosas. Una es que si alguien pasa mucho tiempo en el barro y solo en el barro, puede que lo confunda con mierda y ya no distinga muy bien qué es barro y qué es mierda. Otra es que se puede aceptar la crítica de alguien que cargó un fusil o dio su vida en lugar de tocar la guitarra, pero no de un burócrata ciego de poder o desvelado por no perder un carguito. El rock acierta a veces y cuando se equivoca, paga. Pero la guitarra…la guitarra no se mancha.
Vemos cómo de manera intrínseca ingresamos en territorio estrictamente político. Justo en tiempos donde la idea de territorio se desplazó o reconfiguró. Volvemos al principio: algunas cosas cambian, otras no. ¿Cambió la política? Sin dudas. Y en connivencia o corriendo detrás de la tecnología, abusó o erosionó la soberanía cognitiva. Es decir…la sociedad cambió sus percepciones de la realidad (que menos que nunca es la única verdad) y por ende de la política. Pero la política, ¿no cambió su percepción sobre la sociedad? Pues siempre hubo un abuso de ella sobre la gente anteponiendo el poder sobre el bien común.
Pero también ejemplos de ejercicio virtuoso. Y la virtud, que se trata más de hacer las cosas bien que etéreo “bien” en sí, requiere conocer ese territorio. ¿Realmente la política comprende hoy al sujeto para el cual debería actuar si es que le interesa como algo más que votos y like? ¿Qué han hecho con tu palabra? ¿Y con tus acciones? Equivocados o no, en los ’70 estaba un poco más cerca de lo que pasaba. Y una visión, equivocada o no, de lo que debía pasar. ¿Alguien tiene hoy esa respuesta? Quizá la música tenga al menos las preguntas adecuadas para una respuesta que –como escribió un bardo- está flotando en el viento. Ese poeta que una vez se hartó de los tironeos de unos y otros para volverse viento, libre como tal. Y es que creo que todos buscamos lo mismo…









